Un tórrido reencuentro inesperado, ¿o tal vez no tanto?
Hacía semanas que hablábamos por WhatsApp. Todo empezó de manera muy inocente, nos dedicábamos a contarnos nuestra vida en los diez años transcurridos desde la última vez que hablamos.
Ahora ninguno de los dos recordaba el motivo exacto por el que dejamos de hablar, simplemente pasó, aunque seguro que habría alguna razón de peso preferimos no indagar en ello y celebrar el reencuentro.
El día que quedamos hacía bastante calor, aun ya con la noche próxima a caer la temperatura era muy alta. Me vestí muy sencilla; al fin y al cabo, no tenía que impresionarle, a estas alturas ya conocía más de mí y mi cuerpo que muchas otras personas que no desaparecieron de mi vida. Elegí unos vaqueros, una camiseta de tirantes que llevé sin sujetador y unas sandalias cómodas.
Cuando llegué estaba esperándome en la puerta del bar. Me recibió con una sonrisa y comentando lo bien que parecía que me habían tratado estos 10 años. No sé qué poder ejerce sobre mí, que incluso después de haber estado tantos años sin saber de él, habiendo dejado su recuerdo en el fondo de la memoria, aún tengo esa extraña sensación; diría que es mi criptonita, su mera presencia me retrotrae a la adolescente que estaba colgada de él.
La animada charla se nos va de las manos; ya es de madrugada y seguimos conversando entre cervezas. El tema, eso sí, se ha ido calentando un poco. Hablamos de nuestras experiencias, recordamos lo que compartimos juntos —incluso lo tórrido—, nos confesamos declarando lo que antaño no dijimos. Pero nos echan de la terraza del bar, y toca decidir si entramos dentro, si cada uno se va a su casa, o si vamos juntos a la misma.
Me acerco al baño, y al salir me le encuentro en la puerta. Sin mediar palabra me besa y me empotra contra la pared. Flashes del pasado me inundan para, gratamente, descubrir que estos años le han hecho mejorar en sus técnicas.
Abre la puerta del baño y de la mano me guía hacia dentro. Cierra la puerta y cuando se gira me abalanzo sobre él, vamos desprendiéndonos de la ropa lo justo y necesario, dejando los pantalones por los tobillos y las bragas echadas a un lado, me inclina hacia la pared y junta su pelvis a mi culo.
Masajea las nalgas con las manos y manda un par de dedos a reconocer mi vulva. Se entretiene regodeándose en mi vagina, percibiendo la humedad de la que es culpable. Se moja bien los dedos y sigue el camino hacia mi clítoris. Un espasmo me sacude y entre susurros le pido que me folle.
Se hace un poco de rogar, pero finalmente me complace, enfila su erección contra mi vagina y de un golpe de cadera se encaja en mi anatomía. Pellizca mis pezones con los dedos y mueve rítmicamente su pelvis, penetrándome lenta y profundamente. Yo ahogo mis gemidos entre mis manos y él muerde mi cuello.
Comienzo a mover las caderas buscando su proximidad, y con las manos apoyadas contra la pared de ese oscuro baño le follo sin pausa. Sus manos no dejan de estimularme, clítoris y pezones están atendidos justo como deseo; su vaivén se acelera y frena mi movimiento; se adueña de la acción y me sujeta las manos a la espalda mientras me penetra fuerte y lento. Me cosquillea la entrepierna y siento como el orgasmo comienza a explotar desde la vagina hasta las cejas.
Los gemidos se silencian con sus dedos en mi boca, y yo los lamo con tórrido interés. Continúa el movimiento y me sobreviene un nuevo orgasmo, acompañado esta vez con un oportuno y fuerte azote en el culo justo cuando asciendo al pico del placer. Poco después, su pelvis convulsiona y se corre entre jadeos, dando un último golpe de cadera que me endereza.
Nos recomponemos y salimos del baño, viendo como un par de personas que estaban cerca se nos quedan mirando mientras comentan algo. Ya en la calle nos despedimos con un largo beso y la promesa de repetir el tórrido reencuentro.
Diez años sin vernos y aún es capaz de desarmarme. ¿Quizá debería repasar mi agenda para otro reencuentro…?
Eloisa dice
Me encanta este tipo de relatos, gracias
Gwen dice
Gracias, me alegra que te guste.