Me despierto al alba, con la primera luz del día, demasiado pronto como para hacer algo realmente productivo.
El despertador todavía no ha sonado, tardará al menos dos horas en hacerlo. Cambio de postura y me recoloco los pechos; es imposible acostarse con una camiseta de tirantes y que no acabe saliéndose mínimo uno mientras duermo.
Al rozar los pechos, los pezones se endurecen levemente, despertando una agradable sensación que no me resisto a repetir. Acaricio, ahora a propósito, tentándolos a ponerse aún más duros con las yemas de los dedos.
Quizá despertarse tan pronto no ha sido del todo malo. Tengo tiempo para explorar el placer con la suave luz entrando por la ventana. El aire aún es fresco, pero a diferencia de lo que cabría esperar, cada vez tengo más calor.
Termino sacando los pechos de nuevo de la camiseta, y los masajeo centrándome en los endurecidos pezones. Mi vulva comienza a despertarse, y un ligero hormigueo me recorre, ese que llama a los dedos a acercarse a mirar más de cerca.
Llevo la mano bajo las bragas y acaricio los labios con delicadeza, incitando esa excitación que crece por momentos bajo mis dedos. Una mano sigue jugando con los pezones a turnos; caricias y pequeños pellizcos incrementan poco a poco mi humedad, permitiéndome llevar el roce de los dedos en mi ecuador a un nivel superior.
Separo los labios con los dedos e introduzco uno en la vagina, compruebo lo mojada que estoy y recojo parte de ese flujo, llevándolo al clítoris para deslizar la yema sobre él. La piel se me eriza, me sorprendo por lo rápido que mi cuerpo reacciona a los estímulos.
Aumento el ritmo contra el clítoris y pellizco más fuerte los pezones. Ahora mismo lo que me pide mi anatomía es una compañía que facilite mi placer. A falta de ayuda, me sirvo de la imaginación y no ceso en el baile de dedos.
Me tumbo boca abajo, abriendo bien las piernas y tensando los muslos. Al movimiento de los dedos le acompaña el de mis caderas, contoneándose sobre un amante imaginario, sintiendo una inexistente penetración que me acerca más al nirvana sensorial.
Humedezco los labios con la lengua y abro la boca dejando salir tímidos gemidos de ella. La velocidad de mis dedos se incrementa, mis caderas buscan con ansia un contacto que no encuentran y los pezones rozan incesantemente sobre la sábana, provocando que su dureza no descienda.
Me siento llegar, el orgasmo está tan cerca que ya es imposible pararlo. Ni quiero hacerlo. Acaricio mi culo sin dejar de moverme, lo estrujo y doy un azote. La vibración del músculo se transporta por toda la zona, incrementando la excitación que me embarga.
Acerco la cabeza a la almohada y silencio mis intensos gemidos contra ella. El cuerpo tiembla, se mueve por inercia y el flujo sanguíneo transporta el orgasmo a cada rincón de mi cuerpo. Los nervios están de fiesta, resonando las sensaciones como repiqueteos de campanas.
Un nuevo orgasmo me sorprende, mis dedos, mi cadera, mi cuerpo en sí tiene vida propia y no deja de estimular el placer de mi esencia. Caigo rendida aún con la respiración agitada, me acurruco y disfruto entre caricias de la siesta al alba.
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