Llevábamos poco tiempo hablando cuando me surgió un viaje. Las cosas entre nosotros se estaban empezando a poner serias, o todo lo serio que se puede poner una amistad inesperada con una gran atracción sexual de por medio.
Aún no habíamos dado el paso, pero ambos sabíamos cuánto deseábamos perdernos en el cuerpo del otro.
Mi viaje resultó ser más aburrido de lo esperado, con demasiados tiempos muertos sin nada que hacer entre reunión y reunión. En uno de esos momentos me fui dando un paseo por un parque cercano, y sentada en un remoto banco le llamé mientras veía atardecer.
UNA COSA LLEVÓ A OTRA
Su voz se alegró de oírme, y tras varios minutos de llamada contándole cómo estaba yendo mi semana, y lo preciosas que eran mis vistas, el juego comenzó.
Me decía qué privilegiado sería poder verme en ese instante, y acariciar mi nuca antes de situarse frente a mí con una sonrisa. Me parecía más bonito que erótico, pero a medida que continuaba su historia, la temperatura iba subiendo y mi cuerpo estremeciéndose.
No era justo, él estaba en casa donde podía dejar que sus manos exploraran a su antojo, y mi parque, por más que no había gente en los alrededores, no era el mejor lugar para desatar la pasión. Aun así, no me rendí y decidí ofrecerle todas las herramientas para hacerle disfrutar a pesar de la distancia; en otro momento lo haría él por mí, cuando fuera yo quien pudiera liberar la tensión sexual.
Comencé a describirle el ambiente, la paz que se respiraba, y lo que me imaginaba haciendo con él allí. Acurrucarnos en el césped, con los pies jugando con las briznas de hierba mientras nuestras manos acariciaban lentamente el cuerpo del otro. Un beso que nos fundía el alma en una, y acercaba los cuerpos para un roce creciente.
SINTIÉNDOLO A DISTANCIA
Su respiración se oía algo agitada en la llamada, no había duda de que estaba aprovechando la historia que le contaba. Con sólo oírle me palpitó la vulva, casi como si añorara y deseara, tanto o más que yo, que sus manos jugaran con ella, y no con su pene.
Ahora mi mente dispersa se situaba en su cama, y recorría su piel palmo a palmo con la boca, besando y lamiendo cada rincón. Imaginaba, y así le relataba, que con sus manos me alzaba y me colocaba sobre su pelvis, entrando en mí casi sin pretenderlo. Suave, profundo, movía las caderas y sus brazos me rodeaban la cintura acompañando mi movimiento. Y yo, desde mi solitario parque, no podía evitar simular ese movimiento mientras se lo contaba.
Mi entrepierna fluía, anhelando el contacto que sabía que él no tendría problema en proporcionar. Estiré el escote, saqué un pecho, y grabé un pequeño vídeo donde se veían mis dedos acariciando el pezón para luego pellizcarlo, y se lo envié.
Resoplaba mientras lo veía, imaginándoselo en la boca, y acelerando el ritmo en su masturbación, indicándome que su clímax estaba cercano.
Decidí enviarle otro vídeo, en esta ocasión mi boca, lamiendo mis labios y después un par de dedos. Me estaba calentando a niveles insostenibles, y temía tener que volver al hotel a cambiarme las bragas antes de mi próxima reunión.
En cuanto recibió el vídeo y lo vio, tras pocos segundos, un gemido gutural y sus palabras, articuladas con dificultad, reafirmando lo bien que le conocía y sabía cómo hacer que se corriera.
Con gran pena, y mucha mayor excitación, abandoné mi parque y terminé la llamada para ir a la reunión con las bragas mojadas, no sin antes concretar una hora para mi revancha y ser yo quien gimiera a su oído.
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