Vivimos demasiado deprisa. Trabajo, recados, tareas del hogar, obligaciones… Y le ponemos la guinda al buscar, muchas más veces de las que deberíamos, un sexo rápido y al grano que nos dé la satisfacción que buscamos en el menor tiempo posible. Arranca, acelera, llegamos (llegué).
Te sugiero que frenes. Puede que ahora —o en un momento concreto— el cuerpo te pida justamente eso. Pero no debemos olvidarnos de que no somos máquinas y, por tanto, no funcionamos como tales. Más allá de los sentimientos, incluso teniendo una relación meramente física, se hace necesario dedicar tiempo a descubrir a la otra persona; o a redescubrirla si ya lo hicimos antes.
Mete las prisas en un cajón, túmbate con tu amante y disfrutad de la piel del otro. Identifica aquellas zonas más sensibles, las que provocan cosquillas, las que erizan la piel, las que encienden el fuego; comprueba si con el tiempo han cambiado; demostraros lo que sentís, haya amor o una amistad física, y apoyaros en las caricias para hacerlo.
Cuenta sus lunares, piérdete en sus pliegues, envuélvete con sus curvas, déjate fluir como un río por erótico paisaje. Con calma, con paciencia, con detenimiento, observando, escuchando, oliendo, probando.
Descubre su piel y deja que descubra la tuya. Para ello podéis serviros de caricias, de besos perdidos por el cuerpo, de un masaje relajante, o uno erótico que os suba más la temperatura.
Descubrid la cosmética erótica y lo delicioso que puede ser recorrer con la lengua a tu amante, mientras degustas su esencia con el aderezo del delicioso cosmético. O lo sinuoso que se vuelve el cuerpo cuando el aceite de masaje se desliza por la piel, dando lustre a cada rincón antes de que las manos aterricen en ellos.
Frena. Piérdete en una mirada, encuéntrate en una comisura y embárcate en el viaje del placer piel con piel. Sin prisas, sin metas, sólo disfrutando el camino, el calor, la suavidad, las marcas de la vida sobre la piel del otro. Como unas vacaciones, olvida todo lo demás y acurrúcate bajo la palmera de las sensaciones.
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