Tengo cierto diógenes digital. No me gusta borrar archivos o conversaciones a menos que esté muy segura de que no quiero volver a verlos, porque luego pasa lo obvio, cuando lo borras pasan unos días y te surge la necesidad de eso que llevabas guardando para nada durante años y de lo que decidiste deshacerte. Como cuando haces limpieza de armario y a las dos semanas se te antoja ponerte esa camisa que cogió polvo en el armario 5 años y que por fin te atreviste a donar.
Manías mías aparte, hace unos días estaba releyendo una vieja conversación con un amigo. Cambió de móvil hace años, así que los últimos mensajes de ese chat eran de 2013.
En esa conversación hablamos de un trabajo que tuve años atrás, que consistía en colgar vídeos porno en una web y hacer un pequeño comentario sobre este (ni te imaginas lo harta que acabe del porno mainstream). Por aquel entonces mi hermana también colaboraba para la misma página, y le tocaba estar en el stand del Salón Erótico de Barcelona para representar la marca.
Mi madre, que es muy abierta como a estas alturas puedes imaginar, le dijo a mi hermana que si le daban muestras nos trajera algunas. Y eso estaba comentándole a mi amigo, que yo me había ofrecido de tester para quien lo necesitara. Líneas más abajo lo dije: «quiero ser probadora de juguetes eróticos«.
En aquel momento era una fantasía, como lo de probar colchones como manera de ganarse la vida. Suena muy bien, pero no se ven ofertas de trabajo para ese puesto.
«Sería una forma divertida de ganarme la vida«, dije allá en 2013. ¿Quién me iba a decir que 6 años después estaría haciéndolo? Conste que no me gano la vida sólo probando productos, pero mi trabajo a grandes rasgos fluye entre distintas áreas relacionadas con el erotismo y la sexualidad, todo lo que pueda afrontar como sexblogger de una u otra manera. Algo impensable cuando tuve esa conversación con mi amigo.
Casi sin saber cómo, paso a paso, hilando sin saber qué tejía, lo que empezó como hobby se transformó en profesión, sexblogger.
A día de hoy, ese amigo que fue testigo de un antojo laboral, lo es de mi progreso profesional. De ver que los productos eróticos forman parte de mi día a día, de leer mis relatos o artículos en otros medios, de atesorar mis libros, de escucharme en la radio o de desearme suerte cuando afronto un nuevo reto en mi carrera. Ni él, ni nadie (yo la primera), pensó que lograría ganarme la vida como sexblogger.
Esta historia tiene varias moralejas, aunque no tengan mucho que ver con lo que acostumbro a publicar aquí. Una es que tengas cuidado con lo que deseas, porque puede hacerse realidad. Otra es que no menosprecies tus aspiraciones, por locas que sean, y trabajes por alcanzarlas. Y otra, que si tienes que llegar a algún lado, la vida te llevará allí aunque no sepas ni cómo.
Deja una respuesta