Presa de mi cama, secuestrado por el placer.
Compartir las fantasías con quien intimas de manera erótica tiene increíbles ventajas, como dar un paso hacia la realización de una fantasía en concreto.
Ese fue el caso con Lucas. Llevábamos quedando algunos años; ningún compromiso y mucha confianza nos había llevado a un punto en el que parecía impensable desear algo erótico y no pedírselo al otro. La inmensa mayoría de las veces cada proposición era aprobada, y cuando no, lo era con ligeros cambios, lo suficientemente sutiles para que la esencia de la fantasía perdurara.
En nuestro último encuentro le comenté las ganas que tenía de hacer mío a un hombre. Atarlo a mi cama y tenerle a mi merced. Está claro que eso sólo es divertido cuando la otra persona quiere estar así, de lo contrario es delito. Así que me emocioné cuando se le dibujó una sonrisa en los labios a Lucas; tenía tantas o más ganas que yo.
Pasé los días siguientes organizando la cita, preparando todo el material necesario entre el que había cuerdas, antifaz, una rueda Wartenberg y una pluma. Con todo listo, acordamos fecha y hora y esperé ansiosa.
LLEGÓ EL MOMENTO
Aquel día le recibí de manera distinta, seria, marcando las distancias y con el antifaz en la mano. Esperó de pie a que le diera instrucciones. En la propia puerta le hice desnudarse, y una vez lo hubo hecho le acaricié el pecho con la punta de los dedos previo a besarle apasionadamente. Antes de que se emocionara y el plan se truncara, le tapé los ojos y le guié hacia mi habitación.
Le pedí que se tumbara en la cama boca arriba, y me coloqué sobre él, comenzando a besarle suavemente mientras sujetaba sus manos sobre su cabeza. Estiré la mano y pasé por sus muñecas la cuerda que ya tenía preparada; esas argollas que encontré instaladas cuando me mudé estaban resultando muy prácticas, alguien tuvo la misma idea que yo y lo puso en práctica.
Con leves movimientos de cadera me rozaba contra él, sintiendo cómo su erección crecía por momentos y su respiración comenzaba a hacerse perceptible.
Acordamos qué diría si en algún momento estaba incómodo, y comencé la deliciosa tortura. Con la pluma recorrí todas sus zonas más sensibles, con una delicadeza inusitada, haciéndole sufrir con las cosquillas y resoplar cada vez que me alejaba de sus centímetros de piel predilectos, dejándole con las ganas.
Decidí subir de nivel y sacar la rueda. Siempre me ha llamado la atención este artilugio y lo versátil que es, pudiendo producir placer y dolor con tan solo unos grados de diferencia de presión. Bajé la rueda por su pecho, entreteniéndome en los pezones y notando cómo su pene palpitaba bajo mi cuerpo en cada pasada que hacía.
CERCA, MUY CERCA
Poco a poco fui descendiendo, hasta llegar al pubis, donde hice un giro y me desvié a sus ingles antes de llegar a la cara interna de los muslos. Era delicioso ver cómo disfrutaba de cada roce, cada pincho que se clavaba sobre su piel, de cada fricción que hacía mi cuerpo contra el suyo.
Me senté sobre su pierna, y con el roce de mi cadera, como si me lo estuviera follando, le hice notar la humedad que manaba de mi vagina. Todo producto de su disposición, de su placer, de su respiración cada vez más agitada. En ese momento llevé la rueda al pene, pasándola suavemente, lo justo para estimular sin provocar molestia, lo justo para excitarle sin hacerle explotar.
Con una buena cantidad de lubricante comencé a masturbarle después. Recorría su pene de arriba abajo sin prisa, haciéndole sentir cada mínimo movimiento. Con la otra mano comencé a acariciar su ano con delicadeza, penetrando poco a poco con un dedo, y luego con dos.
Lucas se retorcía de placer. Respiraba más profundo, y se abría para facilitar mi acceso, sin duda le estaba gustando.
Toda su piel se erizó como nunca, permaneciendo así durante minutos. Mis dedos aceleraron el ritmo en su ano, y mi mano hizo lo mismo en su pene. Masajeando, masturbando, mojándome en cantidad sólo con verle disfrutar. Piel erizada, labios mordidos, pies encogidos y lanzó un sonoro y explosivo orgasmo que resonó en la habitación por horas.
Nada tan motivador para el placer como abrir la mente y experimentar.
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