«La primera vez que…me corrí con un cunnilingus» fue mi texto en el primer libro colaborativo que edité, en 2015. Ésta, junto con otras muchas historias de primeras veces en el sexo, te esperan en los libros «La primera vez que…» y «La primera vez que…2», disponibles en descarga directa gratuita.
HABLEMOS DE CUNNILINGUS
Cunnilingus. Es curioso que sigamos empleando la palabra en una lengua muerta para referirnos a la práctica sexual donde menos muerta debe estar la lengua. Pero dejemos las disertaciones lingüísticas para otra ocasión y vayamos al grano, o mejor, al cunnilingus.
Porque reconozcámoslo, para besar se necesita la lengua —en mayor o menor medida según te guste—, en una mamada también es necesaria —no, no basta con abrir la boca—, pero en un cunnilingus, es la piedra angular del arte oral al coño, lo que la gravedad a la Tierra, lo que el frío a la cerveza, lo que… Indispensable joder, es indispensable.
En mis “relaciones”, por desgracia, he sentido cierta aversión por su parte a bajar al pilón, como si aquello fuera a succionar el alma del comedor cual súcubo. Y cuando finalmente se animaban a bajar lo hacían de forma fugaz, un “he ido pero ya he vuelto y no me has visto”. ¿Acaso tengo un temporizador en el coño, cobra estacionamiento?
Al contrario, yo intentaba (intento) dejar el mejor recuerdo posible en cada mamada. Si bien es cierto que las primeras veces que lo haces no eres un dechado de sabiduría, con práctica e intención puedes llegar a adquirir cierta habilidad que se vuelve inolvidable para quien la prueba. Y para conseguir esa habilidad que hace que la mamada perdure en el tiempo se requiere, entre otras cosas, tiempo. Tiempo averiguando qué es lo que gusta más, qué se te da mejor, qué cosas nuevas podrías hacer; tiempo que la otra persona está disfrutando mientras ignoras el reloj y te centras sólo en su placer; tiempo con una polla en la boca. Eso que hacía suponiendo así que ellos harían lo mismo llegado el momento. ¡Qué equivocación! Se ve que no convalida al tener coño…
PRIMEROS ENCUENTROS CON EL CUNNILINGUS
Mi historia con los cunnilingus (frustrados) empezó con 14 años. Mi primer rollo, 9 años mayor, me propuso comerme el coño. Puede que en otras circunstancias hubiera dicho que sí, pero había habido demasiadas primeras veces esa noche como para añadir también un cunnilingus a la lista, y muerta de vergüenza le dije que no. ¡Vaya, otra equivocación! A pesar de estar segura de la decisión que tomé entonces siempre he tenido la duda de cómo habría sido, y si llego a saber que años más tarde costaría tanto que un tío pusiera su cabeza entre mis piernas, lo habría aprovechado.
Tras aquel extraño rollo pasaron bastantes años hasta que volví a estar con un chico de manera tan… íntima digamos. Ya tendría unos 18 años cuando un amigo, mientras nos enrollábamos en su trastero, me dio un par de lametazos en un incomodísimo 69. Y eso fue todo, un par de lametazos descoordinados se convirtieron en mi primer cunnilingus. Hubiera preferido que no lo hiciera, que se centrara en masturbarme, en besarme o incluso en disfrutar de su mamada ignorándome.
Desde entonces le tengo manía a los 69, por no hablar de lo complicados que me han parecido siempre. ¿No te pasa a ti que si te centras en comer no puedes concentrarte en disfrutar de lo que te comen? Me recuerda a cuando abres regalos por navidad y quieres ver la cara de quien abre tu regalo pero tienes a alguien que quiere vértela a ti, todo al mismo tiempo. Puede que la rara sea yo que prefiero, dados mis problemas de concentración, dedicarme por completo a comerme una polla y disfrutar de las sensaciones que provoca en él, que nublarlo en un intercambio en el que nunca se acaba de dar el 100%.
EL PRIMER INTENTO «SERIO»
La siguiente vez que una lengua se aventuró a mis labios del sur ya tendría unos 20 años. Llevaba quedando con un tío un par de años de forma ocasional pero no habíamos pasado de magrearnos y pajearnos mutuamente. Pajas, por cierto, bastante catastróficas por su parte a pesar de la experiencia que decía tener, nunca encontró el ON de mi clítoris. Cierto día decidí que ya era el momento de dejarme llevar y acostarme con él, ¿qué coño? Invitar a alguien con quien intercambias fluidos a ver una película a tu casa es como invitar a follar pero rollo victoriano. Queda muy casto pero todo el mundo sabe que lo que quieres es que te dé lo tuyo y lo de tu prima.
Como suele pasar cuando planeas algo con tan poco tiempo como aquella repentina invitación es que no te da tiempo a hacer todo lo que quieres o necesitas hacer, como a mí depilarme. No es que fuera la hermana pequeña de Chewbacca, pero fácilmente podía competir para lija del año, tener verdaderas opciones de ganar y aparecer en los destacados del Leroy Merlin.
Ahora puedes venirme con que el vello es bello, que a él le iba a dar igual… Y tendría que darte la razón, pero no se trataba de lo que pensara él —al menos no en su totalidad—, sino de sentirme lo más sexy y segura que estuviera en mi mano, y lo afilado de mis piernas no lo ponía fácil.
A LO QUE VAMOS
A los 10 minutos de la película —una puta mierda ya que estoy— nos estábamos besando, y antes de que pudiera ponerle sobre aviso de mi situación pilosa ya tenía las bragas fuera, las piernas abiertas y su cabeza acoplada entre ellas. No te voy a mentir. La verdad es que no recuerdo si me hizo sentir algo mínimamente agradable, aunque de lo que sí me acuerdo es que no me dio mucho tiempo para ello. No tardó, eso sí, en solicitar atención bucal para su gran polla. Y es que tras más de 6 años de idas y venidas con él, su gran polla es lo único bueno que recuerdo que tuviera. Lo malo es que olvidaron darle un manual o un curso sobre cómo usarla. Ya sabes, no todo el mundo conoce eso de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
¿LE PASA ALGO A MI VULVA?
Pero céntrate, que te me estás yendo por las ramas, y así no hay quien llegue a lo bueno (como yo esa noche).
Con los años llegué a creer que mi querido coño era horrible, algo así como el tío que se presenta a una primera cita con la camiseta apestando, comida en la barba y masticando sonoramente un chicle mientras se hurga la oreja con la uña del dedo meñique que se ha dejado larga con tal propósito. La otra alternativa era que oliera o supiera realmente mal, que una es limpia y mantiene el comedor en perfectas condiciones, pero cada cuerpo es un mundo y que a mí no me desagradara no quería decir nada. La última y más probable de las opciones es que los tíos con los que me cruzaba resultaban ser unos egoístas.
Tiempo después vinieron otros. Algunos con mayor intención o destreza, pero dejándome igualmente esa sensación de comida de coño burocrática. Una visita relámpago a mis jugosos labios vaginales para rápidamente reclamar lo que consideraban justo tras 2 minutos de cunnilingus, 15 de mamada. ¡Obvio! El tiempo es relativo, ¿verdad…?
¿Tanto daño ha hecho el porno, el mal porno? ¿Hasta qué punto se puede soportar una relación falocéntrica por esporádica que sea? ¿Y si todas acaban siéndolo?
REFLEXIONES
No me malinterpretes, me gusta comerles la polla a mis follamigos. Me gusta por las sensaciones que provoca en ellos, porque disfruto viéndoles gozar y embriagándome con la sensación de poder. El poder de la mamada. ¿No existe acaso con los cunnilingus? ¿Alguien que coma el coño porque realmente quiera hacerlo y no porque tenga que cumplir?
Sí, existen. Habitan entre nosotros, aunque la población de comedores de coño entusiastas parece ser bastante reducida. ¿Otra especie a comunicar al WWF[1]? ¡Adopta a un come coños! Yo lo haría…
Puede que con los años se hagan menos egoístas en el sexo, quizá escarmentados por una amante anterior que se plantó y exigió lo suyo, porque según mi experiencia parece ser así. Aunque también yo misma he ido perdiendo la vergüenza o el miedo a pedir lo que quería y a reclamar mi placer, y probablemente ambas cosas estén relacionadas.
He de reconocerlo, el culto al coño está en aumento. De unos años aquí es incontable la cantidad de tíos que promulgan su amor al coño y a comerlo, que te ofrecen un cunnilingus antes que un saludo cuando te hablan en Badoo, tíos que dicen preferir comer un coño a que les coman la polla. ¿Cuándo ha pasado todo esto? Y, ¿por qué acabo follándome a los otros?
CASI, PERO NO
28 años recién cumplidos tenía la primera vez que estuve a punto de rozar el orgasmo con un cunnilingus. Las conversaciones previas a la primera cita habían tenido un claro contenido sexual, pero enfocado desde el punto “yo te cuento, tú me cuentas”. No quería follármelo, no entraba en mis planes, sólo quería alguien con quien poder hablar de guarradas y que aportara esa visión masculina a las historias que me pasaban. Antes de que me digas algo feo te diré que le fui totalmente sincera sobre lo que buscaba en él, sin engaños, la pura verdad, aunque de nada sirvió porque a cada oportunidad dejaba caer que acabaríamos follando y me comería el coño como si no hubiera mañana. ¡Jodido Nostrapolvos!
Fue una de esas veces que te dejas llevar, tu coño parece tomar el mando de la situación, y tú sólo puedes seguirle mientras te tapas los ojos con las manos abiertas, viéndolo todo desde fuera sin saber cómo pararlo.
Ahí estaba yo, que en las primeras citas no pasaba del calentón que te deja el coño chapoteando y una preciosa erección de la que te vas —la segunda cita siempre lo compensa—, comiéndome la boca con un tío al que acaba de conocer hacía 30 minutos y que ya tenía sus dedos en lo más profundo de mi vagina. «Amigos, ¿no Gwen? Ya…».
Estaba tan cachonda, tan húmeda, que podría haber hecho rafting por media ciudad. Pero probablemente la falta de feeling hizo que por más que se esforzara no lograra que me corriera con su boca.
NO APTO PARA MENTES DISPERSAS
Puede que por el lugar —el claro de la arboleda de un parque—, puede que por él —que no me hacía sentir cómoda del todo—, puede que por mí —que nunca me fue fácil correrme en compañía y me era imposible hacerlo si no acababa participando mi mano—, ése no fuera el día. Hice cosas nuevas, pero correrme con un cunnilingus no fue una de ellas. Te prometo que lo vi muy cerca, vislumbré el orgasmo en el horizonte varias veces, pero cuando estaba a punto de dejarme ir con él, un ruido, una voz del parque, o mi propio pensamiento me alejaba de ahí.
El movimiento de su lengua era provocador, se notaba que disfrutaba comiéndome el coño, pero el de sus dedos… El de sus dedos era magia digital —de dedo, no de tecnología—. La coordinación entre velocidad e intensidad era perfecta. Su mano se movía en una armoniosa cadencia que se semejaba al baile de las olas, sintiendo mi coño como una gruta llenándose y vaciándose con la marea.
Pero estar atenta a los mil sonidos del parque, a que no me oyera nadie gemir como una perra, a dejar de sentir esa piedra que se me clavaba en el culo y esas ramitas que se me enredaban en el pelo, complicó bastante el éxito de la misión. No me quedó otra que echarme una mano al clítoris mientras él me follaba con sus dedos maravillosamente hábiles para por fin lograr correrme. ¡Casi, pero no!
YA FALTA MENOS, ORGASMO POR CUNNILINGUS
Un par de meses después conocí a otro tío. El primero que me hizo estar realmente orgullosa de mi coño, de su calor, de sus jugos, y de su sabor, algo que sentó verdaderamente bien a mi autoestima coñil; llegando a describir la sensación de penetrarme como si le hicieran la ola en cada embestida. Él fue el que me habló de la teoría del coño horno vs coño microondas, diciéndome que el mío pertenecía al segundo tipo por lo rápido que le calentaba y todo lo que se excitaba follándome, aunque eso provocaba cierta brevedad en los polvos. Ahí, ¡con el chichi bien alto! —¿He dicho chichi? ¿Yo? ¿Qué me está pasando?—.
Prestaba atención a mi coño, aunque la fugacidad de nuestros encuentros —siempre con prisas— no daba suficiente margen de maniobra, y las comidas de coño no duraban mucho ni tenían todo el éxito deseado. Lo que sí lograba era ponerme muy bruta, su bonita polla se desenvolvía con soltura dentro de mí, haciéndome chorrear como si tuviera la llave de paso rota. Y aunque los orgasmos dependieran de masturbarme mientras follábamos, me parecía un buen trato.
Me resigné a lograr los orgasmos por mí misma —a mano o a máquina— el resto de mi vida. Bueno, no estaba tan mal. Peor sería no poder correrme nunca, ni estando sola, pero me hacía ilusión saber qué se sentía al no tener nada que ver con tu propio orgasmo.
Joder, soy rara y de orgasmo tímido[2], pero hay muchas mujeres que se corren cuando las masturban o cuando les hacen un buen cunnilingus. ¿Por qué yo no? ¿Qué necesitaba para conseguirlo? ¿No lo lograría nunca? La respuesta estaba a sólo unos meses de distancia.
LA VIDA TRAE SORPRESAS
Pocos meses antes de cumplir los 29 conocí al que creí mi ÉL; esa persona que hasta la gente como yo, que la mayor parte del tiempo huimos del subidón de glucosa de la idea romántica, creemos tener destinada.
Atractivo, increíblemente alto, con gran sentido del humor, buena conversación… Siendo sincera, que a todo eso se le sumara su opinión de que yo tenía todo lo que le gustaba en una mujer, y el efecto mojabragas que extrañamente me causó, también tuvo algo que ver.
Pintaba tan bien que, por experiencia, algo malo tenía que tener. La intuición ya me lo estaba diciendo, no era pesimismo sino un realismo intuitivo que leía las señales, hasta las que me negaba a ver. Cuando alguien termina teniendo la oportunidad de soltarte un “te lo dije” jode un huevo, pero cuando el “te lo dije” te lo tienes que decir tú…
A pesar de mis sospechas me acosté con él en la segunda cita, una tiene presentimientos pero no es de piedra. Por primera vez tuve un orgasmo en el primer polvo con alguien. Ya sabes, eso pasa, existe un pequeño periodo de adaptación que hace más complicado correrse cuando no conoces a la otra persona, lo que le gusta, cómo, sus tiempos… Pero él lo logró, consiguió que mi mente se abandonara al orgasmo provocado por mi mano y su polla al embestirme a cuatro patas. Claro, antes ya había preparado bien el terreno comiéndome el coño y mirándome con esos ojos.
Y AQUÍ LLEGA EL DRAMA
Llevando la contraria a mi intuición me ilusioné con alguien por primera vez en mucho tiempo, pero la tercera cita y la verdad me devolvieron a la realidad. Una realidad que le situaba a él casado y a mí cometiendo el mismo error por enésima vez. Sí, soy consciente de que tengo un gusto especial por complicarme la vida, haciendo gala una y otra vez de mi característico masoquismo emocional. Supongo que me lanzo a sentir algo, sea lo que sea, y todo lo demás me es indiferente. Rasco la picadura del mosquito hasta que me sorprendo viendo hueso.
¿Qué habré hecho en otra vida para acabar siendo “la otra”, más de una vez? ¿Por qué los hombres emparejados parecen buscarme hasta que me acaban encontrando?
Pasó un tiempo tras la bomba de realidad hasta que volvimos a arrancarnos la ropa, y sin perder el surrealismo que caracterizaba todo lo que pasaba entre nosotros, fuimos a parar a la casa del terror.
LLEGÓ EL DÍA C (DE CUNNILINGUS)
Un cuarto sin ascensor que por azares del destino gestionaba su empresa. Se trataba de un piso con aspecto abandonado, como si sus habitantes hubieran huido dejando todo atrás. Largos pasillos y tétricas habitaciones, el papel pintado copaba las paredes de toda la casa, abombadas por la humedad e impregnando todo de un olor enfermizo y un frío excesivo. Un escenario que parecía sacado del típico hotel de la América profunda en el que suceden los asesinatos en las películas. Puedes imaginarte la libido que aportaba el lugar, pero ahí estábamos, comiéndonos a besos mientras nos desnudábamos el uno al otro.
La habitación era todo romanticismo. Viejos retratos en blanco y negro de los antiguos propietarios de la casa en la cómoda, alhajas decorando los espacios libres de ésta, la cama a medio hacer, un robusto armario con espejo en la puerta, cajones abiertos y papeles por el suelo. Mi cita romántica soñada, follar en una casa que bien parecía que acababan de robar.
Desnuda por completo, a excepción de los calcetines —si hubieras estado allí lo entenderías—, me tumbó en la cama. Con una delicadeza ejemplar recorrió mi cuerpo con la boca, ayudándose de las manos para abarcar más rincones. Los besos aderezaban el momento y las miradas hablaban por nosotros.
OH, SI, ESTO SÍ ES UN CUNNILINGUS
Descendía despacio hacia mi coño, y una vez hubo llegado lo acarició levemente con los dedos, haciendo que un escalofrío me recorriera entera. ¡Aquello prometía!
Jugó un poco más con los dedos hasta internar su cabeza entre mis piernas. Y me dejé ir. Con su lengua jugando con mi clítoris, sus manos con mis tetas, y sus ojos disfrutando del espectáculo que era mi cuerpo retorciéndose experimentaba una atención inaudita. Se estaba dedicando por completo a mí, a mi placer, y su gesto no traslucía esa inquietud habitual que acostumbraba a ver en mis compañeros. Sabía que hacer que me corriera con su boca llevaría un tiempo, y estaba dispuesto a gastar hasta el último segundo necesario.
El tiempo se paró en aquella habitación del terror. Nada importaba salvo nosotros, su pasión comiendo coño y la promesa de mi orgasmo. Empecé a ponerme nerviosa, motivada por la costumbre de notar esa impaciencia por mi orgasmo que todos los demás me habían transmitido, a veces con gestos, otras verbalmente. Viéndole entre mis muslos, devorando el coño como si brotara maná de los dioses y mirándome con hambre, tuve que abandonar la sensación de premura y pude relajarme de nuevo.
Su boca parecía hecha para mis labios, todos ellos. Sus besos se debatían entre la delicadeza, la pasión, el erotismo y la paz. Jugando con mis labios vaginales era igual de hábil. Intentar contarte qué y cómo lo hizo exactamente me resultaría imposible. Mi mente sólo disfrutaba de las caricias de su lengua y las sensaciones que producía en el resto de mi cuerpo, para detalles técnicos estaba yo…
YA CASI, CASI…
Comenzó a follarme con los dedos mientras no dejaba de lamerme el clítoris y agarrarme una teta con firmeza. Un combo que me acercaba rápidamente a ese abismo que no había conseguido alcanzar pero que tantas veces había visto en la lejanía, el abismo que en forma de descarga eléctrica distribuiría el orgasmo por cada rincón de mi cuerpo. Cada vez más y más cerca de la caída, del placer.
Mientras, pegaba el culo a la cama arqueando la espalda y abrazando su cuerpo con mis piernas. Me agarraba la otra teta y respiraba agitadamente con una sonrisa incrédula en la cara. Perdí la cuenta la de veces que “joder…. Joder…. JODER…” salió de mi boca, sólo sustituido en ocasiones por un “me encanta” o un “la hostia”. Mi vocabulario estaba notablemente reducido, pero hiperventilando como estaba demasiado que podía articular.
Con la mano libre me aferraba a aquella colcha vieja como el astronauta que se amarra para no perderse flotando en el vacío. La espalda más arqueada, el culo más prieto a la cama, los músculos más tensos, los gemidos más altos, la sonrisa más grande, mi coño más mojado…
ME CORRÍ CON UN CUNNILINGUS
Y como un latigazo, al grito de “me corro”, el orgasmo recorrió mi cuerpo. La agitación precedió la calma y la satisfacción más absoluta que jamás había sentido. “Joder… Joder…”, no podía parar de decirlo a modo de mantra post-orgásmico. No podía creer que por fin lo hubiera logrado. Me había abandonado por completo, legándole toda la responsabilidad de mi orgasmo. Y vaya si se hizo responsable de él…
Con una gran sonrisa dibujada en mis labios y todavía recuperando el aliento dejé que me acurrucara entre sus brazos mientras nos mirábamos a los ojos. Ahí estaba la eternidad, en una respiración entrecortada, una mirada compartida y una sonrisa mutua de satisfacción.
A pesar de todo ambos sabíamos que aquello no era real y que al salir de aquella casa todo volvería a la normalidad. Bueno, todo no. Ya sabía, por primera vez, lo que se sentía al correrme con un cunnilingus.
Un polvazo orgásmico y una mamada después salíamos del plató de Cuarto Milenio improvisado, aún con la sonrisa en la boca, dejando atrás el olor a humedad, el frío, los viejos retratos en blanco y negro, tres orgasmos y la eternidad.
[1] World Wildlife Fund (Fondo Mundial para la Naturaleza). Más información en wwf.es
[2] También conocido como orgasmo con miedo escénico. En compañía se hace desear, y es muy concreto con la técnica que lo invoca. Por contra, en soledad es capaz de aparecer en cuestión de un minuto partiendo de una excitación cero. Pues eso, que es tímido, como yo.
Recuerda, ésta y otras historias te esperan en «La primera vez que…» y «La primera vez que…2», disponibles en descarga directa gratuita.
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