Cuando te enamoras parece que todo tiene colores más vivos. Todo tiene más luz, más sabor, huele mejor y suena fantástico. Lo que quizá no ves, hasta un tiempo después, es que algunas veces cuando te enamoras, haces el gilipollas. Ven, que te cuento mis gilipolleces.
Bonitos principios
Conoces a alguien, tenéis cosas en común, no paráis de hablar por todos los medios posibles horas y horas, y un día te descubres sonriéndole bobamente a una pantalla mientras respondes un mensaje. Ahí está, el bonito principio.
Las hormonas empiezan a bullir, la emoción te embarga y no consigues quitarte esa sonrisa de la cara ni oliendo mierda. En ese momento, o tiempo después, es cuando te enamoras y haces el gilipollas. Como yo.
El amor, ¿qué es, se come?
Seré sincera, no soy una experta en el amor romántico. Ni siquiera «experta» a nivel usuario. Más allá de familia y amigas, he dicho «te quiero» un par de veces a lo sumo. Esas palabras implican mucho para mí, y no me oirás decirlas si no las siento de verdad. Por tanto, odio cuando alguien me las dice como coletilla sin sentirlo, o porque creen que es lo que quiero oír. También me incomoda cuando se dice demasiado pronto (se ve que responder con «gracias» puede sentar mal…).
Durante mi adolescencia escribí infinidad de textos, muchos de ellos en mis diarios, donde parezco capaz de matar tres llamas alpinas porque alguien me quisiera (ya sabes, íntimamente, con besos que acaban en fundido a negro y un ave en un plato). Años después, aunque seguía queriendo esa peli romántica, de alguna manera me hice asumir que no era lo mío; total, me lo pasaba muy bien sin pareja. Siempre era la soltera del grupo, y en algunos ambientes la responsable del entretenimiento erótico-festivo de mis amigas relatando mis historias, que escuchaban con gran interés y curiosidad. El amor romántico era algo que tenían otras personas, y yo (o mi subconsciente) parecía huir de él.
Cuando te enamoras y haces el gilipollas
Mi vida sentimental ha ido más hacia lo puramente hedonista, sin pararme mucho a pensar si realmente sentía algo más por alguno de mis follamigos, o ellos por mí. No obstante, no soy de piedra, y parece que debajo de tanto «libertinaje» había un corazoncito que sintió cosas muy fuertes. Eso ha pasado tres veces, por el momento, y las tres hice o estuve a punto de hacer el gilipollas.
En general soy una persona un tanto despegada (tipo cactus, que dirían), no requiero de grandes dosis de atención (aunque me gusten en un momento dado) y puedo estar días (o meses) sin hablar con amigas y seguir queriéndolas lo mismo y estando en cualquier momento que me necesiten. Pero cuando el gusanillo de la ilusión me embarga, me engancho con ganas a la lluvia de mensajes y conversaciones de tonteo (transcendentes, absurdas, pícaras o lo que surja), y necesito más y más. De pronto lo quiero todo, hasta que me pregunten si ya me he despertado.
A eso, ya de por sí, lo veo una gilipollez. Es la impaciencia, la ilusión, y la falta de costumbre seguramente, la que me domina y me hace pasar horas y horas hablando a través de una pantalla con alguien con quien me siento absurdamente cómoda. Permíteme que no relate todas las gilipolleces que he hecho, pero sí te daré algunos ejemplos.
Me veo, antes de comenzar, en la obligación de avisar que lo que yo menciono como gilipolleces, pudieron ser actos de romanticismo, signos de locura o saltos de fe; todo dependerá del prisma con el que se vea.
Viaje a 2500km
No nos conocíamos en persona. De hecho, si no recuerdo mal, ni siquiera habíamos visto una foto del otro. Nos conocimos en la blogosfera (joder, qué mayor me siento diciendo eso) y comenzamos a dejarnos comentarios. Después de un tiempo, nos mudamos al mail por comodidad e intimidad. Era pocos años mayor que yo, muy alto, con una mente muy curiosa y con gran capacidad analítica. Tenía una energía tan contraria a la mía en unas áreas, y tan similar en otras, que terminé enamorándome.
Era de otra ciudad, lo cual ya era un contra. Pero que en ese momento estuviera trabajando a 2500km de aquí era un saco de ellos. Pasé unas semanas montándome la peli en mi cabeza y mirando vuelos para irme un fin de semana a verle. Un día, cuando estaba por comentarle mi idea, me dijo «(…) no nos veremos (hablaremos) en una temporada (…)». Como además de hacer gilipolleces, soy gilipollas y muy tímida, no me dio por contarle mi idea, y me quedé frente a la pantalla, leyendo ese mail, rabiando por dentro y llorando por fuera (enamorada soy una dramas).
Una semana después, o algo así, estaba de vuelta en el mail. Resulta que lo que para mí eran meses (temporada, verano-otoño), para él eran unos días (temporada, semana y media). Pero yo ya estaba gilipollas y no comenté nada de mi idea del viaje. Por el contrario, me enfadé por su imprecisión temporal.
Gilipollas por plantearme un viaje de 2500km a otro país (e idioma) para conocerle sin haber visto su cara, gilipollas por no contarle mi idea, y gilipollas por ser una dramas.
Acallando el instinto
Primera cita y su cara no se corresponde con la foto de perfil. Ahí ya debí olerme la red flag, pero me gustaba más en persona y supongo que preferí ignorar lo que imaginaba. La conversación fue genial, me sentía muy cómoda, me reí mucho, besaba muy bien… Y no me acompaño a casa. Esto podía ser tan bueno como malo. Era una cita entre semana. Entendí que tendría que irse pronto porque madrugaba, aunque yo me habría quedado horas (o me habría ido con él a su casa, eso también).
Habíamos quedado en mi barrio, tendría unas 10 minutos hasta casa. Salimos del bar y comenzamos a pasear en dirección a mi casa. A mitad de camino señaló la calle perpendicular indicando que ahí tenía el coche, y se despidió con un casto beso. Me gustó. No sólo el beso, que también, sino esa despedida comedida, sin pretensiones de que pasara nada más esa noche, como sintiéndose satisfecho con cómo había sucedido todo. Pensé que no quiso acompañarme, aunque estábamos a 2 minutos en coche y 5 andando, por ir despacio en lo que fuera que estábamos empezando. Pero también pensé que quizá me estaba ocultando algo.
Decidí acallar el instinto y dejarme llevar por lo bien que lo había pasado y el feeling que había, pensando que era un caballero, y no un jodido mentiroso que me coló la foto de un amigo como suya. Esta historia cobrará sentido en «A la mierda la ética», y entenderás todo.
Gilipollas por ignorar mi instinto, gilipollas por ilusionarme por lo que parecía algo especial, gilipollas por no indagar más por el porqué de la foto falsa.
Cuatro días de primera cita
Empezamos a hablar a través de Twitter. La parte buena es que no tuve que explicarle a qué me dedicaba porque ya me seguía en la cuenta de Mamanoleas. En poco tiempo la cosa fluyó muy rápida e intensa. Pasaron unas semanas, y la cosa se ponía más personal. Se hablaba de quedar para conocernos, lo cual no era sencillo al vivir cada uno en una punta del país. Tenía muchas ganas, pero también me ponía muy nerviosa sólo con imaginarlo.
Pasamos innumerables horas hablando por teléfono. Yo, que odio hablar por teléfono. Pero era adictivo; me reconfortaba su voz, me sentía intrigada, cómoda, apreciada, animada. Y en un momento difícil me ayudó mucho su acompañamiento. Fue durante una de esas conversaciones, donde yo contaba un drama, cuando sentí la necesidad de decirle eso que tantas veces me había dicho él antes, «te quiero». Y sí, era verdad (al menos lo mío), hasta ese momento no lo había pensado, pero lo cierto es que así era. Había dicho mi primer tequiero fuera de mi círculo.
Planeamos una primera cita, y finalmente fue a mitad de camino. Una primera cita que duró cuatro días compartiendo habitación. Pudo salir muy mal, pero afortunadamente salió muy bien. Confío mucho en mi instinto, y espero que siga sin fallarme. Como una inmersión lingüística, tuvimos cuatro días de besos, caricias, conversaciones, paseos y sexo, mucho, mucho sexo.
Cuando te enamoras y haces un salto de fe mientras cometes una locura.
Rotuladores de colores
Le gustaba dibujar, y pensé en tener un detalle bonito y tonto a la vez. Ese fin de semana lo pasó en mi casa, y cuando le acompañé a la estación iba a darle la cajita que le había preparado con unos rotuladores de colores. Un gesto simbólico a alguna frase que dijo días antes; algo como pintar el futuro o otra similar que pudiera haber formado parte de la cita de un libro.
No recuerdo si antes o después de darle la caja, me soltó la bomba de que estaríamos sin vernos una temporada. Pero esta vez la temporada sí iba a ser larga, mínimo 6 meses. Su reacción al detalle fue muy bonita y transmitida con un largo abrazo. La mía a su noticia fue de drama absoluto. Me quedé en shock. Le deseé lo mejor, le pedí que me escribiera cuando pudiera, y me quedé allí llorando en mute, mientras él se marchaba en el autobús.
Un rato después recibí un mail con un bonito mensaje que releí millones de veces. Un año después, él todavía no había vuelto de su viaje, pero de vez en cuando pintaba con mis rotuladores en la otra punta del mundo. Cuando te enamoras aun sabiendo que lo vuestro no tiene futuro, y que quizá tampoco lo querrías de ser posible.
Pensando en la mudanza
En algunas de los miles de conversaciones que tuvimos hablamos del futuro. Está claro que viviendo al otro lado del país, y sin gran presupuesto, estaba difícil el vernos con frecuencia. Fantaseamos con muchas cosas; relajarnos el el sofá tras una jornada de trabajo, colocar un columpio erótico en el dormitorio, acudir a eventos juntos…
No negaré que coloqué el mudarme en la carpeta de posibles. Total, yo trabajo desde casa, lo mismo da un sitio que otro. Pero tampoco negaré que tengo un gran arraigo a mi tierra, y que un cambio tan brusco iba a ser difícil. Y económicamente insostenible. No es lo mismo Valladolid que Barcelona, y si aquí no me puedo permitir un alquiler, ¿cómo iba a hacer allí aunque los gastos fueran a compartir?
Cuando te enamoras y te dejas llevar por las fantasías, que luego llega el capitalismo a callarte la boca.
A la mierda la ética
El fin de semana estuve en el concierto de unos amigos que despedían su banda. Pasaron fotos en una pantalla durante todo el concierto, y fue como un viaje al pasado verme en algunas de ellas con tremendos looks. Había invitado a venir al de la foto falsa, pero estaba de viaje con unos amigos suyos y no pudo. Días después quedamos en un mirador/picadero cerca de mi zona para tener tranquilidad. Según decía, no le apetecía estar con nadie salvo conmigo. Luego tomó sentido, como lo ocurrido en la primera cita.
Ya era nuestra tercera cita, y yo seguía con la mosca detrás de la oreja con que algo pasaba. Como tener una bandera roja enorme hondeando frente a ti, y tener daltonismo. La primera cita fue muy bien, y pensé que quería que fuéramos despacio. La segunda cita fue después de comer un día entre semana, en el único rato libre que tenía esa semana, según él. Acabé a cuatro patas sobre una cama desconocida con su dedo en mi culo y su boca en mi coño. Entre otras cosas. Joder, llegar al orgasmo varias veces en nuestro primer encuentro erótico me nubló tanto la vista que no me fijé en el resto de señales. Cuando te enamoras hay cosas que no ves, aunque las notes.
Y sentada en el coche esa noche, con la ilusión de quien comienza algo, y la tensión de quien sospecha algo, todo a la vez, le hice hablar. Tres intentos, tres mentiras. A la cuarta logré que empezara a decir la verdad (o lo que veía como tal). Ese finde estuvo de viaje, pero con su mujer y sus hijos. Estaba casado, tenía dos criaturas y no dejaba a su mujer porque le prohibiría ver a sus hijos. Alguna paranoia de ese estilo que me dejó sin palabras. No estaba preparada para eso.
Días después de reflexión y llantina a escondidas, quedé con él y mandé a la mierda mi ética por una vez. Me consolé diciéndome que yo no le había buscado, que ya me había enamorado cuando supe toda la historia. Duró lo que tuvo que durar.
Evitando «cacafonías»
La primera vez que dormíamos juntos. Habíamos quedado a mitad de camino entre nuestras ciudades. De primeras fue un tanto extraño, pero tenía tantas ganas de pasar el fin de semana con él, y tantas ganas de él en general… La habitación estaba bien, pero la cama era impresionante. 2×2 metros de comodidad para la lujuria y el descanso. Perfecta para no molestarse, e ideal para encontrarse cuando apeteciera.
Soy muy regular y mi cuerpo tiene unas rutinas sanísimas. A la mañana siguiente, tras el desayuno, le mandé a la habitación mientras me fumaba un cigarro, y después paré en el baño del pasillo para liberar el vientre. Sí, todo el mundo necesita cagar. No, no me creo ninguna princesa de la purpurina anal. Y sí, él usó el baño de la habitación para todo. Me daba una vergüenza terrible, no tanto cagar en ese baño con él en la habitación, sino el eco que tenía y lo llenita de gases que iba… Era capaz de irme a cagar al «pasillo» antes de que oyera lejanamente un pedete. Seré gilipollas.
Al día siguiente se me pasó la vergüenza, aunque antes de entrar en el baño subí el volumen de la tele para sentirme un poquito más arropada en la evacuación. Yo evitando «cacafonías», y él dejando todo el aroma tras salir del baño. Ni un flus de desodorante o colonia. Lo dicho, cuando te enamoras y haces el gilipollas, como no cagar a gusto.
Llora que te llora
Me cuesta horrores llorar cuando lo necesito. Y no es por vergüenza ni nada similar, es pura y llanamente imposibilidad. Puedo llorar de risa, hacerlo (con esfuerzo) actuando, o con una película random. Ahora, cuando se trata de frustración, tristeza, pena… no me sale. Sólo tras mucha presión, como un volcán, erupciona y suelta lo que lleva guardando desde la última vez.
Irónicamente, mi indicador de enamoramiento es la lágrima. Si pasa algo que mi (en ocasiones estúpido) cerebro interpreta como la posibilidad de perder aquello que tengo (o creo tener) con esa persona que me gusta, las lágrimas brotan todo lo que no lo hacen en los momentos en los que sería lógico que sucediera. Lloro como si de mí dependiera erradicar una sequía. Y por más que racionalmente sé que no tengo que llorar, que es una gilipollez y que lo hago más por rabia que por otra cosa, mis lagrimales no pillan el mensaje y me inundan.
La frustración de que las cosas no pasen como me las he imaginado, o como (en ocasiones) me las han vendido, desencadenan en una llantina muda que soy incapaz de parar hasta que la reserva acuífera se me acaba y me escuecen los ojos. Por que sí, otro efecto de no poder llorar cuando lo necesito es que cuando lo hago parece sal lo que sale.
Cuando te enamoras…ya se me ha olvidado cómo era
Al final todo acaba en mierda; me canso de llorar, pongo distancia, paso una época floja, y vuelta a empezar. Entre enamoramiento y enamoramiento han pasado años, varios follamigos y algunos encuentros esporádicos.
Me cuesta mucho exponerme hasta el punto de enamorarme. Encontrar alguien de quien enamorarme. El paripé de las citas sexuales disfrazadas de algo más. Creerme el rollo de «busco algo serio» cada vez que me lo dicen. Abrirme una y otra vez sólo por probar suerte. Imaginarme de nuevo de cama en cama. Enfrentarme a la sensación de vacío de una relación inerte.
Supongo que sigo queriendo esa parte del cuento donde encuentro alguien con quien compartir verdadera intimidad y comer ave. Que me he cansado de presentarme, y prefiero quedarme a que me conozcan.
Quién me iba decir que rechazaría un encuentro con un follamigo de confianza porque ando buscando ese algo más. Porque a modo de promesa me dije que evitaría el sexo vacío, y por placentero que sea en el momento, las secuelas a estas alturas terminan doliendo.
*Foto de Shaira Dela Peña en Unsplash
Deja una respuesta