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Detrás de ti – Relato erótico

27 de octubre de 2025 Por Gwen Deja un comentario

   Tiempo de lectura 6 minutos

Detrás de ti - Relato erótico

«Detrás de ti», cada vez que oigo esa frase, la mente me transporta a aquella noche. Las risas, el roce, la química entre nosotros y un recuerdo imborrable que aún me humedece.

CONOCIÉNDONOS

Nos presentaron en la fiesta de unos amigos. Ninguno de los dos conocíamos a nadie más que los anfitriones, ocupados con el resto de invitados, y fue agradable tener con quien sobrellevar esa incomodidad de sentirse fuera de lugar que ambos compartíamos. Pablo era nuevo en la ciudad, había pasado unos años trabajando en un centro de masajes eróticos en Madrid, y ahora buscaba un lugar más tranquilo donde reiniciar su vida.

Encontramos un rincón tranquilo en el jardín de aquella casa y nos sentamos a charlar. Tardamos unos 10 minutos en crear nuestra propia burbuja, al margen de la fiesta, nada existía fuera de ella. Compartíamos el gusto por los encuentros en petit comité, las largas conversaciones de todo y de nada y el amor a la literatura de Joostein Garder. Nos perdimos tanto en la conversación que, cuando nos dimos cuenta, la fiesta estaba terminando.

Sólo un pequeño grupo se resistía a marchar cuando nos despedimos de los anfitriones que, obviando discreción alguna, celebraban que nos fuéramos juntos. Sonreímos sin hacerles mucho caso, cogimos las chaquetas y Pablo abrió la puerta de la casa. «Detrás de ti» dijo, y lo acompañó con un gesto entre la reverencia y la mueca.

Caminamos hacia los coches, y no se nos terminaba la conversación. La química entre nosotros se respiraba. En unas pocas horas habíamos acortado cada vez más la separación entre nuestros cuerpos, con la excusa de explicar algo, o hacer algún movimiento cómplice durante la charla. Te toco el brazo, me rozas el hombro, te cojo la mano, me quitas una pestaña de la mejilla… A estas alturas, los ojos fijaban la mirada en los labios del otro, y los cuerpos se resistían, con dificultad, a nuestro magnetismo.

DETRÁS DE TI

Le propuse continuar la conversación en un parque cercano a mi casa, con unas vistas preciosas del amanecer. Quizá fue una excusa para que en algún momento terminara en mi casa, pero inicialmente, mi mente más subconsciente, sólo pensó en lo bonito de ver amanecer con una persona con la que te encuentras tan a gusto. «Detrás de ti» dijo, y con la mano señaló mi coche. Cada uno en su coche, pusimos rumbo a ese parque. Por el camino no podía parar de pensar en todas las veces que nuestros cuerpos entraron en contacto, y cómo, a medida que avanzaba la noche, cada roce era más eléctrico que el anterior. Tenía ganas de besarle. Tenía ganas de fundirme con él. Si ya lo había hecho con la mente, ¿por qué dejar al cuerpo con las ganas?

Cuando llegamos al lugar, aparcamos —en la puerta de mi casa, por lo que sea…—, y emprendimos el camino al lugar. El amanecer ya me daba igual, sólo con mirarle mientras hablábamos me le imaginaba entre las sábanas, abrazándolo con las piernas, clavando mis dedos en sus nalgas y gimiendo. Por un momento me distraje tanto que se me escapó un suave gemido. Esbozó una sonrisa y me preguntó si ese banco que buscábamos era un buen banco. Leí en sus ojos que no era la única que bullía bajo la ropa; le tomé de la mano y me dirigí hacia un camino con unas vistas no tan buenas, pero muy íntimo, especialmente a esa hora. «Detrás de ti» volvió a decir, y mi vulva se estremeció. No sé qué había impreso en esa frase, que cada vez que la decía me tenía más húmeda.

Apenas despuntaban las primeras luces y el camino que podría verse tétrico, fue el paseo más excitante que he dado en ese parque, por lo que no se dijo, y lo que no se hizo. Llegamos a un pequeño recoveco medio oculto en el camino, con un par de árboles, un banco que había vivido tiempos mejores y un mirador medio desvencijado con vistas al amanecer. Esa sección del parque estaba rodeada de vegetación alta, convirtiéndolo en un pequeño jardín privado. Pero me habría dado igual si hubiera sido la plaza más transitada de la ciudad.

Le agarré de la chaqueta y le llevé contra el árbol más robusto. Acerqué mi cuerpo al suyo, suspiré profundamente, miré sus labios, respiré sus ganas, y le besé.

AMANECER, ¿QUÉ AMANECER?

Me hormigueó el cuerpo entero en ese beso. Abrazó mi cintura con fuerza y bajó sus manos hacia mi culo, agarrándolo como si quisiera fundir nuestras pelvis. Acariciaba su nuca mientras nuestros labios y lenguas exploraban cada rincón de nuestras bocas. Su erección era notable aun bajo el vaquero y moría por sentir su calor en mí. Deslizó sus manos por debajo de mi vestido y ahuecó las bragas, dejando que sus dedos descubrieran la humedad de la que era artífice. Con las yemas de los dedos me acariciaba con tanta delicadeza que me daba aún más hambre de sentirle. Conseguí colar mi pierna entre las suyas, y la moví con lentitud, rozando su pene. Me sonrió, dijo «detrás de ti», y con un rápido movimiento, me puso frente al árbol, dándole la espalda.

Resultó que la química que teníamos en la charla, se trasladaba también a lo físico. Como si hubiéramos coreografiado el encuentro, cada roce, movimiento, beso y caricia era como debía ser. Todo fluía, menos las respiraciones que se entrecortaban para entonces.

Su entrepierna palpitaba contra mis nalgas, y yo movía las caderas haciendo que el roce aumentara. Deseaba que liberara aquella erección y se uniera al juego que sus manos habían retomado bajo mi vestido. Llevé una mano hacia su bragueta, desabrochando el botón y bajando la cremallera. Un dedo curioso rozó su glande, que se escapó ansioso de semejante prisión. Separé mis nalgas con las manos, y colocó el pene entre ellas. Queríamos jugar un poco más antes de darnos lo que ansiábamos. Ahora cada movimiento de mis caderas le daba vida a su carne, haciendo que se pusiera más dura cuando no parecía posible.

El día ya clareaba, y no nos importaba. Podría haber salido el sol por el oeste que no nos habríamos enterado.

QUÍMICA EXPLOSIVA

En algún momento mis bragas desaparecieron de la ecuación —todavía no las he encontrado—, facilitando el baile de sus dedos en mis labios. Poco a poco internaba sus falanges en mi vagina, con una suavidad que me hacía suspirar. Movía los dedos con lentitud, jugando con mi humedad y mi placer, como quien chapotea despacito en un charco profundo. Llevó los dedos al clítoris y lo acarició con maestría, haciendo pequeños círculos y provocando pequeños espasmos eléctricos en mi cuerpo.

Separé el culo de su cuerpo, haciendo que su pene abandonara su refugio entre mis nalgas. Llevé la mano a mi vulva, la humedecí bien, y sujeté su erección, masajeándola con firmeza. Sentí un impulso de su pelvis, como si su cuerpo estuviera pidiendo lo mismo que el mío. Levanté una pierna, apoyándola sobre una rama baja y guie su pene. A medio camino, Pablo tomó el control. Llevó sus manos a mis caderas, movió la pelvis, y me mordió el hombro mientras su erección invadía mi vagina con gran calma. Así permaneció hasta que estuvo completamente dentro de mí y un gemido profundo salió de mi garganta.

Tras unos minutos que parecieron segundos, durante los cuales sus dedos jugueteaban con mis pezones y sus labios recorrían mis hombros y cuello, comenzamos a movernos, acompasando el ritmo. El cuerpo nos pedía follar duro, como si quisiéramos experimentarlo todo cuanto antes y bullir. Pero la mente se impuso, y nos permitió alargar el momento, la conexión y el placer mucho más. Conteniendo el cuerpo, Pablo me penetraba, con suaves movimientos de cadera, haciéndome notar cada milímetro de erección entrando  y saliendo de mí; por mi parte, me aferraba a aquel árbol como si me fuera la vida en ello, bajando la intensidad y velocidad de los movimientos que mi cuerpo hacía para encontrarse con el suyo. Nos habíamos pasado la noche gozando con nuestra mente, y ahora podríamos pasarnos la mañana haciéndolo con el cuerpo.

Ya era completamente de día, y el parque rompió el silencio de la aurora llenándolo del bullicio aviar, el tráfico cercano y los runners madrugadores del sábado. Por suerte, eso hacía que los gemidos, si bien no escandalosos, sí muy intensos, no se percibieran demasiado. Al menos, no por extraños.

¿TE INVITO A DESAYUNAR, OTRA VEZ?

Sentía cómo el flujo goteaba en la pierna. Me deshacía por momentos, como un hielo al sol del verano. Cada vez que su pene llegaba a mi fondo, pellizcaba un pezón, incrementando el pico de placer en mi cuerpo. Un toque, lo justo para retener unos segundos más el gemido.

Nos rendimos al deseo físico y aumentamos la intensidad de los impulsos. Su pelvis chocaba contra mis nalgas y su mano tapaba mi boca, silenciando los crecientes gemidos, ya imparables. Él ahogaba los suyos mordiendo mi hombro, clavando los dientes lo justo para liberar la tensión y que resultara placentero, pero sin hacer daño. Aunque sí dejando alguna marca, como veríamos después.

Llevó una mano al clítoris y comenzó a masajearlo con tanta pasión como la que estaba poniendo en la penetración. Nuestros cuerpos, sudorosos y agotados, pero necesitados de culminar, siguieron el ritmo frenético hasta que un orgasmo nos invadió arrolladoramente. Un orgasmo que resultó delicioso, intenso, escalofriante, liberador, íntimo… Un orgasmo que fue más allá de lo físico. Permanecimos unos minutos en la misma posición, recuperando el resuello e intentando comprender qué acababa de pasar. Cuando los cuerpos pudieron reaccionar, nos ayudamos a recomponer las formas, y recolocar la ropa. Nos fundimos entonces en un gran abrazo. Un abrazo que nos ubicó, que alucinó con el placer vivido, que celebró la intimidad compartida. Un abrazo que tenía mucho más trasfondo que dos personas acercando los cuerpos y rodeándose con los brazos.

— ¿Te invito a desayunar? —dije— Otra vez —reí—. Vivo en ese edificio de ahí.

— Detrás de ti —dijo otra vez. Y no sería, ni mucho menos, la última. Ni siquiera del día. Jamás volvió a ser una simple frase de cortesía.

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Publicado en: Colaboraciones, Relatos eróticos Etiquetado como: Colaboración, Erotismo, Relato

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Hola, soy Gwen

Soy divulgadora sexual, sextoy reviewer, sex coach, escritora, correctora, editora y lo que haga falta. Apasionada del mundo de la sexualidad, escribo sobre productos eróticos, curiosidades y reflexiono sobre sexo, feminismo, trabajo sexual y libertad. Masoquista emocional. El humor no es una opción, es una necesidad. ¿Te cuento más?

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